1 Ti 1:13 Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia.

Me resulta fascinante esta visión de Pablo de si mismo porque él no era así.

Filip 3:4 …. Si cualquier otro cree tener motivos para confiar en esfuerzos humanos, yo más: 5 circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo; 6en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la ley exige, intachable.

¿Como reconciliamos estás dos descripciones sobre el mismo hombre? Pablo se ve a si mismo desde dos perspectivas diferentes. Cuando le escribe a la iglesia de Filipo él se mira parado en la orilla humana. Y si, era él alguien irreprochable, intachable, un religioso estricto, cualquiera que lo miraba a Pablo decía que era un buen tipo. Pero cuando le escribe a su hijo espiritual, Timoteo, él está parado sobre la orilla divina y allí, la perspectiva es otra…. Pablo mira su justicia humana, su carrera religiosa, su esfuerzo de justicia y dice que él es: Blasfemo, perseguidor, insolente e incrédulo. El hombre que soy no es el que veo o el que los demás ven, sino el que Dios dice que soy… 

A menudo me encuentro con gente con una perspectiva muy confiada de quienes son, de su justicia, de sus antecedentes, de lo que hacen para Dios… 

También me encuentro con gente que es sumamente humilde, que está quebrada, que se da cuenta que no llega a la medida, que están insatisfechas con lo que hacen para Dios… 

¿A cual pertenecemos?

Jesús contó una historia:

Luc 18:10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. 11 El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. 12 Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo”. 13 En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”

Dos hombres, con dos perspectivas diferentes. Jesús contó esta parábola a propósito de un grupo de personas que “confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás”. Parece ser que la perspectiva correcta para manejarse en la vida es mirarnos desde la orilla de Dios y al evaluarnos recién allí construir nuestra relación con El, con nuestro prójimo y con nosotros mismos. He aprendido que cuando tengo la perspectiva divina me posiciono delante de Dios humillado, trato a mi hermano con paciencia y me veo a mi mismo como un siervo. 

Cuando Pablo despliega sus diplomas humanos ante los filipenses termina diciendo que todo eso “lo ha considerado por basura para alcanzar a Cristo”. Hay una incompatibilidad entre nuestra autosuficiencia humana y nuestra profesión de fe… 

Yo sé que mis obras no pueden Dios mío

Lavar mi pecado, pagar lo que fui

Pero se que tu Hijo si en El me confío

Me lava y me lleva Señor  hasta ti…

Hoy es un día para mirarnos desde la perspectiva divina… Es una mirada de amor, pero es una mirada realista, es una mirada no sesgada de auto indulgencia, es una mirada redentora, pero es una mirada que me reconecta con Dios, me ayuda a relacionarme con mi prójimo y a “engancharme” nuevamente con el plan que El tiene para mi vida. 

Señor, no quiero tener más alto concepto de mí que el que deba tener, quiero pensar de mí con cordura, de acuerdo a la medida de fe que vos me has dado.

Gracias por ser propicio a mí, un pecador.