“Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él.”
S. Lucas 5:12-13 RVR1960
Los leprosos en tiempos de Jesús estaban en una cuarentena total, aislados, sin posibilidad de relacionarse con nadie. Esta enfermedad, altamente contagiosa, aislaba al individuo de por vida o hasta su curación y los obligaba a vivir de la misericordia o de basura... eran intocables.
No sabemos cómo, pero el leproso de la historia, incumpliendo la profilaxis social, se encontró cara a cara antes Jesús y le dijo:
Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Lo que sigue a continuación es tremendo, no estoy hablando del milagro que de por sí es maravilloso. Lo tremendo es que antes de sanarlo, lo tocó!!!!
Entonces, extendiendo Él la mano, le tocó,
El tocó al intocable!!! Esto debe haber conmovido al hombre enfermo, el primer toque de alguien después de tanto aislamiento. Este toque es tan poderoso que sanó la soledad del alma antes que la enfermedad de su piel.
En días de aislamiento acercarnos a Jesús es la cura para nuestra soledad y de nuestra enfermedad. Él es aquél que llevó todas nuestras enfermedades. Un toque de Jesús es tan poderoso, que nos sana el alma, que nos devuelve la esperanza.
Hoy voy a Él porque sé que quiere sanarme, pero también porque Él me toca y quiero sentir su mano que no aisla, que no margina, que abraza y que transforma. Cuando Él te abraza, te une a otros aislados y ese abrazo es lo que forma la iglesia, aquellos que, sacados fuera ( por su leora) están unidos por un propósito (su abrazo).
Hoy espero que disfrutes de Su toque y del toque de aquellos que estamos siendo tocados por Su mano, la iglesia.